El caballo desnudo by José Luis Sampedro

El caballo desnudo by José Luis Sampedro

autor:José Luis Sampedro [Sampedro, José Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1969-12-31T16:00:00+00:00


10

LA L. I. M. A.

Para resolver la cuestión de vida o muerte, para salir de aquella obsesión asfixiante, Evangelina se concentró desde el martes en la actividad del comité cívico-moral, con el propio don Rosendo si no tenía clase, con don Leonardo y con el señor de Correntana. Se reunían en la colegiata, cada mañana después de misa, y ante todo decidieron convocar una urgente reunión de la que saliera, por fin, el programa y la organización del acto inicial. A esa reunión se presentó el primer día, «a recibir órdenes», el asistente de Astúriz. Los tres miembros del comité le recibieron asombrados por tan inesperada oferta, pero la explicación era sencilla y el propio soldado la ofreció, expresándose con la cultura y educación ya mostradas en casa de doña Eva. Simplemente, el teniente había oído también la misa y al ver reunirse a los tres no quiso importunarlos, pero había enviado al asistente por si necesitaban algo.

Doña Evangelina contemplaba al soldado como la antevíspera: con la misma sensación de que el uniforme era un disfraz. Desde luego no lo era, pero el recio paño contrastaba con aquellas facciones aristocráticas —⁠tenía razón doña Sinda⁠—, con la silueta esbelta a pesar de las prendas militares hechas en serie y, más todavía, con las manos expresivas. Algo la desazonaba, y objetó:

—Pero yo… nosotros… no podemos abusar de usted de esa manera. Ni del teniente, que le necesitará.

—El teniente es quien me ha mandado aquí. En cuanto a mí, no imagina la señora cuánto placer tengo en servirla. Por favor —⁠suplicó⁠—, acepten mi humilde ayuda.

Correntana tronó que no podía privarse a un soldado de colaborar también en la campaña de moralización, y nombró a —⁠¿cómo se llamaba?⁠— Marcelo García, muy bien, a Marcelo, enlace del comité. Evangelina no intervino, pensando como estaba en la súbita piedad experimentada de pronto por el teniente Astúriz, y solo se cuidó de disimular su rubor al pensar que la devoción del teniente solo se manifestaba en las misas a que ella iba.

El nuevo enlace fue muy útil en la tarea de convocar a todos para una reunión plenaria el jueves diecinueve, en la sede de las Damas Pías. Al llegar encontraron la grata sorpresa de unos dulces y unos azucarillos enviados a la señora presidenta por el comandante Ezcúñiga, que se disculpaba de no poder asistir. Alguna otra ausencia resultó inevitable, siendo muy lamentada la de doña Adela, citada aquel día en la capital por el especialista que vigilaba las palpitaciones de su corazón. En cambio se registraba una valiosísima incorporación al grupo, como subrayó en sus primeras palabras doña Irenea, aludiendo a la robusta presencia del padre Pelagio, cuyas preclaras dotes y apasionada colaboración habían inducido a todos, a todos por unanimidad —⁠recalcó⁠—, a solicitar su presencia para futuras actuaciones. El teatino, con voz que llenó la sala a pesar de utilizarla solo en su registro melifluo, dio las gracias y se declaró consagrado en cuerpo y alma a tarea tan sublime como la emprendida por doña Evangelina y sus paladines.



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